Abandonamos los Caños de Meca con muy buen sabor de boca. Ahora, había que hacer pocas paradas, teníamos que llegar a Tarifa para dormir allí. De camino, seguimos disfrutando de un paisaje precioso. Decidimos parar en dos sitios que a las dos nos sonaban, Barbate y Zahara de los Atunes. El caso es que nos sonaban pero nuestras referencias eran un poco cuestionables… a mí me sonaban a famoseo que veranea allí, en concreto, a la fallecida Carmina Ordoñez, no sé, tampoco estaba muy segura pero el caso es que los nombres de estos pueblos los tenía en la cabeza y con una imagen mental muy diferente a la real.
Me imaginaba el típico pueblo de costa invadido por grandes complejos hoteleros, tipo Marbella. Nada más lejos de la realidad. Tanto en Barbate como en Zahara descubrimos dos pequeños pueblos de costa que respiran tranquilidad, al menos, en esta época del año ( principios de junio). Con hoteles, sí, pero integrados bastante bien dentro del pueblo. Supongo que, en pleno verano, la impresión será otra pero, la que yo me llevo, es la de dos lugares en los que aun se respira la esencia de un pequeño pueblo de pescadores. Mis sentidos se quedaron con el blanco de las casas, el olor a mar, el sabor a pescado y el tacto de una brisa que no suele dar tregua.
Continuamos viaje. Por fin, llegamos a Tarifa. Ya casi está anocheciendo y hay que buscar hostal. Después de preguntar en varios damos con el que debe de ser uno de los más baratos de la zona. Hostal Dori, 35 euros la habitación doble. Por supuesto, antes de aceptar le echamos un vistazo, ¡más que aceptable! Además, podemos aparcar el coche justo en frente de la ventana del cuarto. Soltamos las mochilas y nos vamos a dar una vuelta.
De Tarifa sí que tenemos un referente claro, los surferos. La calle principal está llena de tiendas para ellos, de ropa deportiva y accesorios para practicar este deporte. Hay ambientillo, pero la ciudad parece tranquila. Cruzamos el arco de Jerez, éste da acceso a la zona antigua de la ciudad. Comenzamos a descubrir una Tarifa de la que no teníamos referente alguno.
Callejuelas estrechas, suelos empedrados, casas blancas con balcones y galerías, un gran castillo, restos de una muralla, varias iglesias con encanto y, también, un montón de bares, pubs y cafés que le confieren a esta parte antigua de la ciudad un aire moderno y cosmopolita, tanto por la gente que los regenta
como por la que los frecuenta. En Tarifa conviven perfectamente la tradición y la modernidad. Esto hace que aquí se respire un ambiente muy especial. Es una ciudad que invita a vivirla más a fondo. Es como si en ella el tiempo se hubiera parado, aquí no hay estrés, no hay prisas, la gente sonríe, pasea, charla… A mí, Tarifa, me ha dejado con ganas de más. Espero volver.